miércoles, 5 de abril de 2023

Carta número 1.

No hay comentarios:

Nunca he sido de terminar nada. Pero nada. Siempre empiezo todo una y otra vez, dejo todo a la mitad y me voy antes del final.

Pero contigo no quiero que eso pase.

Llegaste a mi vida de imprevisto, sin quererlo ni comerlo, sin pensar que lo necesitaba. Pero realmente lo necesitaba y ni lo sabía. No tenía ni idea.

En algún momento pensé que eso no me podría ocurrir. ¿A mi? ¿La tarada que nunca consiguió que algún chico se fijara en ella? Jamás. 

Soy un pozo de inseguridades las cuales no saben ni quieren saber cuan de hondas son. No pensé que nadie me aceptaría, me aguantaría y estaría ahí para mí. Ya que nunca nadie lo estuvo. Y tras 19 años no creía que la cosa cambiara.

Pero lo hizo.

Y ojala supieras lo mucho que me has ayudado en todo. Has visto mi peor faceta, la que ni yo sabía que tenía y aún te quedaste. La que ni yo misma aguanto. La que todos cuando la ven huyen. Pero tu te quedaste, me seguiste dando amor, cariño, tranquilidad... cosas que nunca conocí. Y pensé, que estarías para siempre. 

Quizá fui ilusa, quizá di todo por sentado. Porque ojalá terminar esta carta de esta manera. Con un buen sabor de boca y un final feliz. Sólo que esto es el mundo real y no sé hasta que punto eso puede existir o llegar a pasar. 

Aún queda mucho por hacer, conocer, llorar, sufrir y reír. Sólo espero que pueda contar esta historia contigo a mi lado. 


jueves, 10 de julio de 2014

Carta número 15: Enamorada de un completo desconocido.

No hay comentarios:
Verano. Se levanta cada día tarde y acuesta de madrugada. Vaguea, escucha música, ve películas que no pudo ver cuando estaba hasta arriba de apuntes sin mirar siquiera. 
Se levanta cada día a la tres de la tarde y sale como una bala hacia el ordenador. Siempre. Una rutina ya arraigada en ella como lavarse los dientes. ¿Para qué? Para hablar con él. Él, el chico que le hace sonreír, que la entretiene por horas, con el que discute en ocasiones y con el que siente que las horas pasan por segundos.
Se va a acostar por la madrugada, con una sonrisa en los labios y esperando a dormirse pronto. Cuánto antes pase eso, antes se despertará y podrá volver a hablar con él. 
Así pasa su verano, ella cree que feliz, ella cree que enamorada, pasando la mayor parte del tiempo frente a ese ordenador que le ha dado a conocer a la mejor persona del mundo. O al menos eso cree. Se piensa que es su príncipe con capa y escapada que va a rescatarla de cualquier mal que tenga en su vida, cuando la triste verdad es que ni ella está segura de dónde vive o de cuál es su apellido. Piensa que le es fiel, que de verdad la quiere, pero en el fondo, una de las pocas partes razonables que quedan de ella, no sabe si es cierto o si no. Y nunca lo sabrá, eso la mata: nunca lo sabrá. Porque el pastel con el tiempo se destapa y después de meses de peleas, reconciliaciones tontas, dudas y traiciones, alegría y penas, mentiras perdonadas y verdades que no se sabe del todo si lo son, se le cae la venda de los ojos y se da cuenta de que está enamorada de un completo desconocido.

viernes, 9 de mayo de 2014

-

2 comentarios:
Siente la soledad, el frío invernal le cala en sus huesos y no sabe qué dirección tomar. Parece sencillo: dar marcha atrás y hacer como que nada ha pasado, sonrisa fingida, mirada en el suelo, el orgullo olvidado entre los dos coches de la calle de abajo, escondido odiándola..
Ella también se odia. Es débil. Tonta. Está rota.
Se para en la calle, no sabe, no quiere saber. Mira a su alrededor después de... ¿cuánto? ¿Horas, minutos andando? Ve que está rodeada de prado sin casa alguna a la vista ni señal de que alguien más rondara allí. Era extraño, se sentía más segura que en su casa o en su habitación.
Siguió andando.
Y siguió.
Ya era noche cerrada cuando paró a descansar cinco minutos. Todo a su alrededor eran prados enormes bajo un manto de estrellas y el silencio más absoluto. Nunca había estado allí y no sabía hacia dónde se dirigía. Le daba igual.

Al día siguiente, después de una noche de seguir con aquel ritmo de andar y más andar calló al suelo. Tenía sed y hambre, y una sonrisa en la boca medio de locura  medio de alegría en su estado más puro. Se levantó tambaleándose sobre sus pies y ando, ando, ando... 

Dos días pasaron y volvió a caer. Esta vez no se levantó, pero la sonrisa en su boca -sí, esa tan rara- al contrario que sus piernas, fue lo único que siguió ahí junto a sus últimas palabras perdidas en el viento y escuchadas por la nada.
-Todo mejor que volver... Todo mejor que sentir como golpean tu carne hasta que ya no sientes nada...

lunes, 23 de diciembre de 2013

Carta número 15: Adiós 2013.

1 comentario:
2013, me gustaría decirte que has sido inolvidable. Que en ti he pasado las mejores experiencias de toda mi vida. Esos trescientos sesenta y cinco días han sido lo mejor del mundo y los repetiría una y otra vez. Pero entonces te estaría mintiendo, cosa que, con estas cincuenta y dos semanas en las que te he cogido tanta confianza y ya nos podemos hasta hablar de tú sería una completa falta de respeto hacia ti.
Has pasado como un borrón pero te recordaré por momentos puntuales, en ocasiones de duración de un segundo: como cuando le sonreí y él a mi. Otra veces serán horas, por ejemplo, aquel día en que dormí en casa de mi mejor amiga. Y otras una parte de mi querría olvidarlas pero la otra no, porque de los errores no sé si se aprende algo, pero sí te cambian, y supongo, que en cierta medida eso es aprender.
"Él me estaba sonriendo, me cogió de la cadera y juntando su cara a la mía, hasta que solo pude olerlo a él me dijo con una pequeña sonrisa arrogante:
-Te espero a la salida y vamos juntos a casa.
En la salida...
Estamos caminando cerca, pero no tanto como antes. No sé si alegrarme o entristecerme. Pasamos junto a una chica y él se frena, le miro interrogante pero el no me mira. La mira a ella.
-Esta es mi novia."
Por situaciones como está y otras tantas, querido trece, no puedo decir que seas mi año favorito, ni que me hayas dado mucha suerte. Tampoco es como si no lo supiéramos ya. 
En definitiva: adiós trece.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Hacer del hecho de complicar una amistad un arte.

No hay comentarios:
Es raro. Conoces a alguien desde hace años, le ves todos los días o como poco todas las semanas. Horas de risas, charlas, peleas y enfados. Pero cuando esa persona te falta lo notas, y mucho además. Ahora ese como poco una vez a la semana se ha convertido en un como mucho y cuándo te lo encuentras actúas raro, no es lo mismo pero tú estás feliz de verle y pasar un rato. Reacción desproporcionada que él seguramente no comprenda, piense que estás loca y, mientras tanto, tú y tú alegría no hacéis más que corroborar su hipótesis. Pero da igual, él está ahora y tú sigues feliz.
Lo extraño de todo esto es cuándo recapacitas. Él se va y tú piensas en que acaba de pasar, ¿porqué te has puesto tan feliz? Se te pasa por la cabeza el hecho de que ese amigo al que conoces desde hace más de diez años pueda ser muy importante para ti, más de lo que pensabas... ¿demasiado? Ahí es cuando te asustas y descartas la idea. Solo que esta vuelve cada vez que le ves, estropeando esa amistad convirtiéndola en algo más complicado. 
Eso sí, mientras te replanteas todo esto, tus esquemas se ponen patas arriba, se mezclan y se confunden entre sí él te sigue mirando. Sí, pensando que estás loca.
(No sé la razón de escribirlo como si fuera una teoría general cuando no es más que una experiencia propia, pero así se queda).